Dylan esboza en el Guggenheim su obra maestra. Magia y utopía en la noche bilbaína, 11-7-2012



Hacia años, quizá desde Red Bluff en 2000, quizá desde las impresionantes actuaciones en Londres en noviembre de 2005, que no escuchaba un concierto de Dylan como el ofrecido en Bilbao el 11 de julio, donde el juglar pintó en el Guggenheim un esbozo de su obra maestra. Desembarcó en el Reino Unido a finales de junio para la gira europea con un gran piano y unos arreglos en forma de pinceladas magistrales sobre sus antiguas y nuevas partituras. En el viejo continente se empezaban a escuchar los ecos de un juglar reinventado que pintaba de magia y maestría las noches centroeuropeas y a Bilbao llegaron desde todas las puntas del territorio español las hordas de peregrinos al reencuentro con la utopia de este bardo del rock.

Operarios montan el escenario para el concierto de Bilbao.
Llegué a Bilbao el día anterior al concierto y ya deambulaban por la ciudad jóvenes con guitarras y mochilas que acudían a la llamada del BBK Live, el festival que durante cuatro días convertiría a la ciudad en la capital europea del rock. El anticipo a modo de celebración del quince aniversario del Guggenheim corría a cargo de Dylan, cuyo concierto en la explanada del museo ya se había convertido en un éxito de entrada, cuyo aforo previsto para 5.000 personas se amplió en 2.500 más para llenar el recinto a la vera del Nervión. El día del concierto amaneció nuboso. A mediodía me bajé del tranvía que me había llevado al Guggenheim y empezó a llover. Justo enfrente se alzaban las carpas del backstage y a escasos metros, en el túnel del puente, estaba aparcado el autobús negro con la leyenda "Beat the street" usado para los desplazamientos del grupo musical. Un vistazo breve al recinto y mientras me encaminaba hacia el casco viejo empecé a conjurar a los duendes para que las nubes se apartaran a partir de las nueve de la noche.

Dani Vázquez, luciendo camiseta alusiva al concierto
 en los aledaños del Guggenheim.
Una panorámica del escenario junto al Guggenheim.
Porque a las seis y media ya formaba parte de la cola del famoso perro que preside el Guggenheim. Los primeros en llegar hubieron de hacerlo sobre las cinco, ya que me hallaba a un centenar de metros de los primeros. A mi lado, y en medio de cuarentones como yo, me sorprendió gratamente la presencia de grupos de jóvenes. Precisamente los que me precedían eran auténticas enciclopedias sobre la música del juglar. Alcé la mirada al encuentro de Dani y su mujer, Elisa. Los había conocido esa tarde en un bar de pinchos en los aledaños de la calle Licenciado Poza. Dani manejaba una tableta mientras consultaba la web boblinks, llevaba una camiseta negra con una fotografía estampada de Dylan y le saludé con el pretexto del concierto. Habían llegado desde A Coruña y no era ésta la primera vez que viajaban para ver al juglar a tenor del reverso de la camiseta de Dani donde, impresa, una larga lista daba fe de los conciertos a los que había asistido por España y Europa. Les hablé de su paisano Joe Gallo, batería del grupo Highlands y amigo en Facebook y para mi satisfacción lo conocían, pero me advirtieron que no viajaría en esta ocasión. Tenían previsto llegar cuanto antes al recinto del Guggeheim y posiblemente esperaban en primera línea. Aún había rezagados que compraban las entradas mientras un río humano cercano al kilómetro se perdía en lontananza a lo largo de la avenida cuando a las ocho abrieron las verjas y me hice con un buen lugar a unos siete metros del escenario. Nunca en las tres anteriores ocasiones que había asistido a conciertos de Dylan (1989, 2004 y 2008) había estado tan cerca. Un austero y elegante escenario en forma de media bóveda, presidido desde el fondo por el clásico ojo de la Never Ending Tour, iba a ser el lugar donde se desarrollaría uno de los más sorprendentes conciertos de Dylan de los últimos años.


A las nueve, el sol se abrió paso entre las nubes dirigiendo un rayo de luz directamente a la batería de George Recile, los dioses no estaban dispuestos a perderse el espectáculo.


Diez minutos sobre el horario y Stu Kimball, abanderando el grupo, salía a escena tocando su guitarra rítmica, seguido de Charlie Sexton (guitarra), George Recile (batería), Tony Garnier (bajo), Donnie Herron (teclados, mandolina y violín) y cerrando el grupo Bob Dylan ataviado con un blaiser oscuro ribeteado de amarillo, pantalón y camisa blanca, pajarita cerrando su enjuto cuello y tocado con su habitual sombrero, en esta ocasión blanco con banda azul celeste. Sonreía y se bamboleaba chaplinesco y valentón camino del keyboard (que sólo tocaría en la primera canción) mientras sonaban los primeros acordes de Leopard-skin pill-box hat, con el que habitualmente viene abriendo los conciertos de 2012. Y de repente, se desató la euforia.



El concierto: Dylan nos ha acostumbrado en los últimos años a un tipo de concierto estándar en el que deja poco margen a la improvisación a menos que ésta llegue en forma de canción inédita (poco probable) o rescatada del baúl. Por eso, el concierto de Bilbao, pese a su virtuosismo musical e interpretación, que al fin y al cabo es lo que importa, es la viva repetición -exceptuando una canción. al que ofreció en Bonn el 4 de julio de este año. Esta actitud desconcierta, pues la versatilidad dylaniana no tiene fronteras. Por eso, cuando se empezaron a escuchar los compases de Man in the long black coat, bellamente intepretada en segundo lugar, ya sabíamos descorazonadamente que no habría lugar para It's all over now baby blues, To Ramona, My back pages, Don't think twice o It ain't me babe, y si hablamos de la parte final, los últimos cinco temas son inamovibles en el libreto durante esta gira europea. Esto, por supuesto, no resta interés al concierto, pues lo importante es la puesta en escena, y en Bilbao se vivieron momentos de gran calado musical, tanto como para recordarle a Dylan que su famosa canción When a paint my masterpiece (Cuando pinte mi obra maestra) parecía estar destinada a resumir su actuación en la ciudad del Nervión.

Tangled up in blue mereció un aparte, ramalazos de buen gusto y sensibilidad derrochaba el de Minesota en un alarde genuino al más puro crooner sureño. Bordó fínamente el éxito del Blood on the tracks, como también lo supo hacer cuando cogió la guitarra (en la única ocasión de la noche) para frasear desde la hondura y lamento el desamor de los giros del detino,  A simple twist of face mereció la ovación con la que el público le arropó y los piropos de maestro con el fue apuntado desde la pista. Con Tony Garnier al contrabajo se vivieron momentos de gran belleza estilística, como en el desarrollo de Spirit on the water, jazzística hasta la médula con un Dylan al gran piano. Me agradan las versiones en directo del Modern Times (2006), con el que Dylan quiso además deleitarnos con un majestuoso sin paragón Rumblin' and Tumblin' y ese arrollador Thunder on the mountain con el que inició el bloque final. Eché en falta, no obstante, algunas de las canciones de Together through life (2009), que va dosificando con cuenta gotas por Europa: Bilbao bien hubiera merecido una Jolene a mitad del concierto.

Dylan nos dejó lo mejor de su buen hacer en High Water, batiéndose las lengüetas de su armónica con las cuerdas del mástil de la guitarra de Charlie Sexton, una versión inolvidable que levantó la euforia en la pista, sobre todo porque la canción anterior, Hard rain, había sumido el concierto en un compás de añoranzas en una versión no demasiado afortunada. Ballad of a thin man sigue siendo la canción misteriosa interpretada con hondura que arrancó aplausos continuamente entre el público. Lo mismo que Like a rolling stone, cuyo estribillo estaba destinado a ser coreado por los asistentes. Me emocionó la versión intimista que el juglar interpretó de esa joya del Time out of mind que es Can't wait, con un fraseo de lo más dylaniano, majestuoso. A estas alturas de su carrera musical, con 71 años de pura creatividad y embarcado en una gira interminable, el juglar domina la escena y la interpretación sabiendo que abajo, en la arena, cada gesto, cada mirada, cada guiño, cada susurro, cada movimiento es aquilatado entre sus seguidores. Blowin' in the wind, melódicamente aterciopelada por el sonido del violín de Donnie Herron, echó el telón a un concierto inolvidable.

Escucha aquí Rumblin' and Tumblin', interpretada en Bilbao.

Pincha sobre el enlace para escuchar Man in the long black coat 
en el concierto de Bilbao.


Alguien, desde el otro lado de la ría, grabó estas imágenes durante la canción High water.

ggg

Vídeo sobre la BBK Live 2012 en Bilbao, donde podéis ver algunas imágenes del concierto.



Concierto en Bilbao, explanada del Museo Guggenheim. 11 de julio de 2012.
Entrada: Sobre los 7.000 asistentes
Canciones:
1.- Leopard-skin pill-box hat
2.- Man in the long black coat
3.- Things have changed
4.- Tangled up in blue
5.- Rollin' and Tumblin'
6.- Spirit on the water.
7.- Summer days.
8.- A hard rain's a-gonna fall
9.- High water
10. Simple twist of fate.
11. Highway 61
12. Can't wait
13. Thunder on the mountain
14, Ballad of a thin man
15. Like a rolling stone
16 All along the watchtower
17. Blowin' in the wind

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